Teorías y modelos comunicativos
La comunicación no es simplemente un acto de intercambio de mensajes; es un proceso estructurante de la vida humana, fundacional para la organización social, la construcción cultural y la dinámica política. Su estudio, lejos de ser un fenómeno reciente, tiene raíces profundas en la filosofía antigua, donde ya se intuía su poder transformador. Aristóteles, en su tratado Retórica (siglo IV a.C.), fue uno de los primeros en sistematizar el estudio de la comunicación persuasiva, definiéndola como el arte de encontrar los medios adecuados de persuasión en cada caso (Aristóteles, 2005). Su enfoque triádico —logos (razón), pathos (emoción) y ethos (credibilidad)— sigue siendo vigente en análisis contemporáneos de discursos políticos, publicitarios y mediáticos. Aristóteles, por tanto, puede considerarse un precursor teórico de la comunicación, pues estableció las bases para entender cómo los mensajes influyen en las audiencias.
Sin embargo, es en el siglo XX cuando la comunicación se erige como un campo de estudio autónomo, científico e interdisciplinario. Este giro responde a transformaciones históricas cruciales: la masificación de los medios (prensa, radio, cine), los efectos de la propaganda durante las guerras mundiales, y la necesidad de comprender cómo los mensajes moldean conductas y opiniones públicas. Como señalan Armand y Michèle Mattelart (1997), la teoría de la comunicación nace de la confluencia de saberes: la sociología (para entender estructuras sociales), la psicología (para analizar procesos cognitivos y afectivos), la lingüística (para estudiar el lenguaje como sistema simbólico), la antropología (para abordar prácticas culturales) y la filosofía (para cuestionar sentidos y poderes del discurso). Esta interdisciplinariedad no es accidental: refleja la complejidad intrínseca del fenómeno comunicativo, que trasciende la mera transmisión de información para convertirse en un proceso de producción, negociación y circulación de significados.
Los padres fundadores y los modelos clásicos
Uno de los primeros intentos por sistematizar científicamente la comunicación fue el de Harold Lasswell (1948), cuya célebre fórmula —“¿Quién dice qué, por qué canal, a quién y con qué efecto?”— se convirtió en el primer modelo funcionalista de la comunicación masiva. Lasswell, politólogo y pionero en el estudio de la propaganda, buscaba medir el impacto de los mensajes en las audiencias, especialmente en contextos de guerra y control social. Su modelo, aunque lineal y centrado en el emisor, fue fundamental para el desarrollo de la investigación en comunicación política y efectos mediáticos, y sentó las bases metodológicas para estudios posteriores sobre agenda setting, framing y persuasión.
Paralelamente, desde la ingeniería, Claude Shannon y Warren Weaver (1949) propusieron el Modelo Matemático de la Comunicación, originalmente diseñado para optimizar la transmisión de señales en telecomunicaciones. Aunque su enfoque era técnico —basado en conceptos como fuente, codificador, canal, ruido, decodificador y receptor—, su adaptación al campo social permitió formalizar categorías que hoy son básicas: emisor, mensaje, canal, receptor, código y ruido (entendido como interferencia). Este modelo, aunque criticado por su linealidad y mecanicismo, fue crucial para establecer un lenguaje común y una estructura analítica que permitió a otras disciplinas dialogar sobre comunicación.
La crítica a los modelos lineales: hacia la comunicación como relación
La insuficiencia de los modelos lineales (Lasswell, Shannon-Weaver) para explicar la comunicación humana —rica en retroalimentación, contexto y subjetividad— dio lugar a nuevas corrientes teóricas. Entre ellas, destaca la Escuela de Palo Alto, liderada por Paul Watzlawick, Janet Beavin y Don D. Jackson (1967), quienes en su obra Teoría de la Comunicación Humana plantearon axiomas revolucionarios, como que “es imposible no comunicar”. Para ellos, toda conducta es comunicación, incluso el silencio o la evasión. Su enfoque pragmático y relacional desplazó el centro de análisis del mensaje al contexto, de la intención al efecto, y del emisor al sistema interactivo. Watzlawick, por tanto, es considerado un padre de la comunicación interpersonal y sistémica, cuyos aportes son fundamentales en terapia familiar, mediación y análisis de interacciones cotidianas.
La mirada crítica: comunicación, poder y cultura
Mientras Palo Alto enfatizaba la dimensión relacional, la Escuela de Frankfurt —con Theodor Adorno y Max Horkheimer (1947) a la cabeza— introdujo una perspectiva radicalmente crítica. En su obra Dialéctica de la Ilustración, acuñaron el concepto de “industria cultural” para denunciar cómo los medios masivos, bajo lógicas capitalistas, estandarizan el pensamiento, anulan la crítica y reproducen ideologías dominantes. Para ellos, la comunicación no es neutral: es un instrumento de dominación simbólica. Este enfoque, profundamente influido por el marxismo y el psicoanálisis, sentó las bases para los estudios críticos de los medios y la teoría cultural contemporánea.
Complementando esta línea, los Estudios Culturales británicos, con Stuart Hall (1973, 1980, 1997) como figura central, propusieron el modelo de codificación/decodificación, que rompe con la idea del receptor pasivo. Hall argumentó que los mensajes mediáticos son polisémicos y que las audiencias pueden decodificarlos de tres maneras: dominante-hegemónica, negociada u opositora. Este enfoque otorgó agencia al receptor, reconociendo que la comunicación es un campo de lucha simbólica donde se negocian sentidos según clase, raza, género y contexto cultural. Hall, por tanto, es considerado un padre de la recepción activa y la semiótica cultural.
El desafío contemporáneo: comunicación en la era digital
Hoy, la teoría de la comunicación enfrenta una nueva revolución: la digitalización, la convergencia mediática y la inteligencia artificial. Como señala Manuel Castells (2009), vivimos en la “sociedad red”, donde la lógica de flujos informacionales en tiempo real redefine identidades, relaciones y poderes. Las redes sociales no solo amplifican la interactividad, sino que generan nuevas formas de producción colaborativa de sentido (prosumidores), algoritmos que filtran realidades (burbujas de filtro), y desinformación viral que desafía los modelos clásicos de verificación y autoridad.
Esto exige revisar, actualizar y complejizar los marcos teóricos heredados. No basta con preguntar “¿quién dice qué?” (Lasswell) o medir la eficiencia del canal (Shannon); ahora debemos interrogar: ¿cómo los algoritmos deciden qué vemos? ¿Cómo se construyen identidades en entornos digitales? ¿Qué nuevas formas de poder y resistencia emergen en plataformas descentralizadas?
Adentrarse en la teoría de la comunicación es, pues, embarcarse en un viaje histórico, filosófico y crítico que va desde Aristóteles hasta los algoritmos de TikTok. Reconocer a sus “padres” —Lasswell, Shannon, Watzlawick, Adorno, Hall— no es un ejercicio de erudición, sino una necesidad para comprender las capas de significado, poder y relación que subyacen en todo acto comunicativo. La comunicación no es un mero instrumento: es el tejido mismo de la sociedad, el espacio donde se construyen realidades, se disputan sentidos y se reinventan identidades. Por eso, su estudio sigue siendo —y será cada vez más— indispensable para comprender y transformar el mundo contemporáneo.
Referencias
- Aristóteles.
(2005). Retórica. Gredos.
- Adorno,
T. & Horkheimer, M. (1987). Dialéctica de la Ilustración.
Trotta.
- Castells,
M. (2009). Comunicación y poder. Alianza Editorial.
- Hall, S. (1997). Representation:
Cultural representations and signifying practices. Sage.
- Lasswell, H. (1948). The structure
and function of communication in society. En L. Bryson (Ed.), The
communication of ideas (pp. 37-51). Harper.
- Mattelart,
A. & Mattelart, M. (1997). Historia de las teorías de la
comunicación. Paidós.
- Shannon, C. & Weaver, W. (1949). The
mathematical theory of communication. University of Illinois
Press.
- Watzlawick, P., Beavin, J., &
Jackson, D. (1991). Teoría de la comunicación humana.
Herder.
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